Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.
La escena de incertidumbre ante el folio en blanco: cómo empezar a escribir una historia, una crónica o una redacción para el cole. Probablemente aquella tarde yo tuve que escribir una porque recuerdo que estaba terminando los deberes para el lunes con la radio de fondo que iba y venía. Es la costumbre de mi madre cuando nuestro equipo se la juega en algún partido: bajar el volumen en el momento más emocionante y esperar a la reacción de los vecinos. Entonces, sea buen o mal desenlace, vuelve a subirlo. No hubo goles en aquel partido en el Lluis Sitjar de Mallorca, que mi padre veía con su cuadrilla en un bar cercano. Al silbato que anunciaba el final siguieron miles de gritos, bocinas y abrazos en la calle que pudimos ver desde la terraza. Mi madre, emocionada por lo que hubiera disfrutado mi abuelo con el ascenso del Oviedo, se lamentó de no tener una bandera. Corrí a mi habitación y me puse ante un folio en blanco y, sin dudar ni medio segundo, pinté de azul la mitad. La bandera oviedista de papel lució varios días en nuestro balcón.
El partido de ida lo habíamos visto parte de la familia – la otra parte iba al campo – donde siempre: en casa de mi tía, en un décimo piso de las torres situadas detrás de cada portería. Ese era el principal inconveniente: que cuando los jugadores se aproximaban a la portería más cercana a nosotros, no veíamos lo que pasaba; lo adivinábamos en función de los gritos del público (quizás proceda de ahí esa costumbre inquieta de mi madre con el volumen de la radio…).
Cuando terminaban los partidos, bajaba con mis primas a la caza de algún autógrafo a la salida de los jugadores por la puerta del Carlos Tartiere donde ahora se sitúa la entrada al gigantesco centro comercial en que se ha convertido el estadio. Recuerdo la mezcla de ilusión y orgullo cuando el capitán, Vili, me sonreía y a veces me echaba un cable para conseguir que algún jugador se acercara. Aunque se retiró del fútbol profesional un año después del ascenso a Primera, yo seguí presumiendo de conocer al capitán del Oviedo porque era tío de mi gran amiga María y porque todas las mañanas le veía en la parada del autobús del colegio, llevando a sus hijos Nuria y Pablo.
Al día siguiente del ascenso, Vili fue el primero de los jugadores en descender la escalinata del avión que trajo al equipo desde Mallorca. Y tras él, una combinación perfecta de jugadores jóvenes y veteranos en la que ninguno sobresalía por encima del otro. Un equipo que, en palabras de Vili, parecía diseñado en un laboratorio donde le ingrediente estrella se llamaba paciencia. Durante los años anteriores, el capitán mantuvo ese ingrediente y el de la armonía. Tenía claro que para tener comunicación en el campo, había que conseguirla también fuera. Así que cada vez que se producía una derrota, Vili organizaba cenas con el equipo de dentro y con el de fuera del Tartiere: con los jugadores y con sus familiares y amigos más cercanos. Aquellos encuentros servían para darse ánimo, pero también para conocerse mejor y aprender unos de otros y del maestro Vicente Miera.
Todavía hoy, Vili siente un vuelco al corazón al recordar el aeropuerto de Ranón lleno de aficionados, la autopista hacia Oviedo colapsada y el trayecto desde la entrada a la ciudad hasta el ayuntamiento, espectacular. Cree que la ciudad no ha vuelto a vivir un ambiente como el de aquellos días. En la agenda del equipo, que gestionaba el capitán, no quedó un hueco libre durante varias semanas, con desayunos, comidas y cenas comprometidas cada día. Sin duda, la emoción pudo con el cansancio porque tres días después del ascenso, el equipo tuvo fuerzas para ir a Covadonga en bicicleta desde el Carlos Tartiere, escoltados por la policía y por el capitán, que esta vez eligió ir de coche escoba con el avituallamiento…
El socio número 1.135 Evasilio Sánchez Ibargüen nunca se ha desvinculado del Real Oviedo desde que jugó su primer partido en Segunda B en noviembre de 1978 (un 2 a 0 al caudal de Mieres) hasta hoy, que capitanea el equipo desde la gerencia. En todo este tiempo ha vivido un maremágnum de emociones, una montaña rusa de subidas, pero sobre todo de bajadas. La paciencia la encuentran ahora en la afición, que no desespera ante el folio en blanco porque lo tiñe de azul.
Teresa Coto
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