Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.

No veas como aprieta Zuazua con el “coche escoba”. Bien sabe la gente que me conoce que a mí lo de sentarme delante de un ordenador a escribir me cuesta horrores y por eso suelo dejarlo para las musas de la última llamada.

384He renunciado a escribir sobre Carlos porque pensaba que, a estas alturas, ya estaría más que pillado. Porque aquí en Madrid, el Real Oviedo sigue siendo Carlos. Preguntas a los más jóvenes de la redacción, que casi ni se acuerdan ya del equipo de Primera, y su nombre les sale disparado como una pierna en una prueba de reflejos, bastante por delante de otros más recientes como Oli, Pompei o Dely Valdés. Por eso pensé en él como comentarista en el estreno del nuevo Tartiere. Una pena que con el “rebote” del segundo satélite apenas se le entendiera nada. Carlos, aquel delantero que llegó en el año del ascenso casi a regañadientes, o sin casi, y que terminó siendo ídolo de una década a base de lo que ahora escasea, de tacs, de remates de primeras, y tan asturiano y oviedista como uno cualquiera que haya nacido en la maternidad del Cristo y le hayan bautizado en los Santos Apóstoles.Pero también saben los que me conocen, y ahí siempre incluyo a los oyentes de Tiempo de Juego, que tengo cierta pedrada por todo lo que tiene que ver con la historia bélica. Odio y huyó despavorido del enfrentamiento en cualquier orden de la vida y a cualquier nivel. Lo odio en mi profesión y mucho más para arreglar el mundo, pero cuando ponen algo de la II Guerra Mundial en Canal Historia me lo como y me lo bebo se a la hora que sea.

Todo este retratito que traigo en mi cartera conduce a que viniendo con el coche hacia la sede de COPE pasé junto al Monumento del Soldado Desconocido y se me encendió la bombilla, que no el bombillu, ¿por qué no escribir sobre los jugadores desconocidos?

A diferencia de los que yacen en el obelisco del 2 de mayo de Madrid, los jugadores desconocidos del Real Oviedo son unos señores, esperamos, ya vivos a los que les espera la gloria. No hace falta que tiren los penaltis de espaldas como Trucha, ni que sean tan coquetos como Antón “el de la boina”, ni que metan goles de cabeza desde fuera del área como Lángara. Ni siquiera es necesario que se hagan eternos en las alineaciones como Tensi.

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Los jugadores desconocidos han de dejar huella cuando jueguen. Han de tener, como reza el lema del club, “orgullo, valor y garra”, trío precioso de virtudes que suena mucho mejor que “huevos”. Huevos para pelear cada pelota, para quererla, para levantarse después de una derrota y para vestir esa camiseta el tiempo que les toque o que se lo ganen, porque se supone que la azul del Oviedo no puede ponérsela cualquiera.

Los arrestos no tienen qué estar reñidos con la inteligencia. Pronto pasan al olvido futbolistas técnicamente geniales que no entienden el juego, que no le dan al partido lo que necesita en cada momento. Por el contrario, recordamos con admiración y especial cariño a otros que no podrían dar tres toques seguidos en su presentación, pero que conocen sus limitaciones para no liarse, las del compañero para no comprometerle y las del contrario para castigarle. “Esto es pa listos niño”, que diría Lama.

Ojalá que muy pronto, que en junio, esos jugadores desconocidos que están por llegar lo hagan ya. Ojalá sean, Pol, Rodríguez, Álvaro, David, Josep, Héctor, Diego, Alain, Eneko, Jon, Iván, José Antonio, Díaz, Salva, Alba, Xavier, Javi y Néstor. Ojalá que juntos alcancen la gloria y empiecen a sacar al Real Oviedo de este maldito pozo. Juntos.

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Porque este libro va de jugadores, de nombres propios, de estrellas, de estrellados, de individuos, al fin y al cabo, pero la fuerza del fútbol, “la más importante de las cosas menos importantes”, que dijo Arrigo Sacchi, está en los equipos que saben sufrir y trabajar unidos en el mismo punto y hora de una historia que se escribe por siempre domingo tras domingo.

Paco González