Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.

«Oye, atiende, qué va a hacer el Halcón Maltés, ¿qué equipo va a poner?», pregunta Eugenio Prieto a Tensi, justo antes del debut liguero de aquella temporada 95-96 en la Romareda. El Hálcon Maltés era el nombre clave de Ivan Brzic. «Va a jugar con Paco Sanz y con Suárez de central…», contestó el ayudante, el viejo capitán, el hombre de la casa. Prieto casi se traga el Cohiba del susto. Comenzó a toser, enrojeció, y con toda su envergadura en posición de ataque, recitó una letanía de exhabruptos antes de gritar a Tensi: «Dile con quién tiene que jugar, díselo tú, porque si se lo digo yo, lo ceso antes de empezar».

No conocía a la plantilla, y no se fiaba absolutamente de nadie, de ningún consejo, de ningún informe, así que la caótica y calurosísima pretemporada en Inglaterra no había despejado ninguna duda a Brzic. Jokanovic, Cristóbal, Luis Manuel y Sietes habían causado baja del año anterior, casi nada. Y le habían fichado a Mitko Stojkovski, Peter Dubovsky, Paco Sanz y al portero Cano. «Sanz y Cano vienen en el paquete con Dubovsky. Solo sirven para picarlos para chorizos, pero no había otra manera de traer a Peter», se justificaba Prieto. Pero se le olvidó aclarárselo a Brzic.

Nunca jamás, en ninguna categoría inferior, en un partido, ni en un entrenamiento, Suárez, más bien bajito, había actuado de central. Y Sanz… Después de progresar en la cantera del Real Madrid con su padre, Lorenzo Sanz, de vicepresidente, llegó al Oviedo como condición para el fichaje de Dobovsky. «Mi hermano Fernando sí que es bueno, yo soy un paquete», solía decir con la soltura de quien se toma el fútbol como un pasatiempo. En lugar del polo, las regatas o el esgrima, Paquito empleaba su tiempo en el fútbol, en imitar los gestos de Michel como interior derecho. «Mira, proceder de una buena familia y triunfar en el fútbol es muy difícil. Solo conozco a mi hermano. Yo creo que para ser buen futbolista hay que nacer en una familia pobre». Y lo soltaba así, sin más, porque realmente lo creía, estaba convencido de ello. Y era, – y lo sigue siendo – un gran tipo, generoso, sincero, honesto y simpático, muy simpático. Satisfecho, sobremanera, de apellidarse Sanz, orgulloso de sus hermanos, de su padre, tan orgulloso, que en la discoteca de moda en Oviedo en aquel momento, El Antiguo, solía poner copas llegada cierta hora de la madrugada, cuando el dueño, Miguelo, se disfrazaba de folcklórica y taconeaba por el escenario. Y allí, en aquel lugar de la barra reservado para él, colocó una foto enorme enmarcada de su padre posando en su despacho. Tremendo.

Pero Brizc no sabía que Paquito era un «gentleman» de 23 años, al que hizo feliz dándole dos minutos al final de aquella victoria (2-3) en el Santiago Bernabéu de la tercera jornada. Realmente, el técnico se dio por enterado en el vestuario del viejo Carlos Tartiere, al escribir en la pizarra la lista de convocados para el partido de Liga en Balaídos frente al Celta a mediados de diciembre. Cuando acabó de recitar los nombres de la convocatoria en la que estaba incluido Sanz, el bueno de Paco levantó la mano: «Míster, si no le importa, yo prefiero no ir convocado porque tengo un cumpleaños en Madrid…». Brzic se quedó ojiplático ante la estruendosa carcajada de todo el equipo. Fiel a su estilo, ni se inmutó, incluso se lo tomó con humor. En su lugar, convocó por primera vez a un chico del filial, Manolo Simón, que estará eternamente agradecido a la intensa vida social de Paco Sanz.

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Pero no crean que Brzic castigó a Paquito de alguna manera, todo lo contrario. Lo siguió convocando con cierta regularidad. Eso sí, al recitar la convocatoria decía: «Y Paco Sanz… si no tiene cumpleaños». Incluso le alineó en el último choque de Liga frente  al Mérida, el tercer y último como titular de su vida en Primera División. Se fue al Racing al año siguiente por mediación de su padre y no jugó un solo minuto. Permaneció en Primera dos años más en el Mallorca donde mandaba el suegro de su hermano, Antonio Asensio, pero apenas jugó cinco minutos en una eliminatoria de primera ronda copera contra el Soller. «Llevo tanto tiempo sin jugar, que ya se me ha olvidado en qué posición lo hacía», dijo poco antes de dejar el fútbol con 27 años, mucho antes de embarcarse en la aventura de la presidencia del Granada. Realmente, solo se sintió jugador de Primera en Oviedo, donde su padre le pagaba indirectamente el sueldo. Sí era un «gentleman football player», el único jugador en la historia del Oviedo que en lugar de cobrar, pagó por vestir la camiseta azul.

Y se lo pasaba en grande. Venía de jugar en el Castilla 22 partidos con Rafa Benítez y se sentía eufórico, como un profesional de verdad, fuera – eso quería creer – del paraguas de papá Lorenzo. Estaba metido de lleno en el papel. Por eso cuando Brzic le alineó por segunda vez como titular en la octava jornada, llegó lleno de ilusión al Multiusos de San Lázaro. Jugaba por la derecha, en medio campo, en aquel extraño 5-3-2 de Brzic. Subía, bajaba, tocaba y marchaba… Yo creía que estaba jugando bien. Y de repente me dice Nico «¿Estás loco o qué? Quédate arriba, no bajes». Yo no entendía nada. Y en un córner, me acerqué. Y entonces me lo explicó. «Hay que perder por tres o cuatro a ver si echan al míster que, si no, nos baja a Segunda». Me quedé helado. Ya no servía ni que jugara bien. Era en realidad su primer contacto con el fútbol profesional, con la cruda realidad. El Oviedo perdió 4-1 frente al Compostela de Fernando Vázquez, pero Brizc siguió, vaya si siguió. Le daba igual todo. Llegó a tomarse a cachondeo las expediciones de presidente y consejeros para cesarle en un sinfín de desplazamientos esperando la derrota. Nunca pudieron. El Oviedo ganó aquel año siete partidos fuera de casa, incluido el Bernabéu, El Molinón, Riazor (0-4)… «Agradezco todo el apoyo del consejo que ha viajado hasta aquí», decía con retranca en las salas de prensa.

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Le daba igual que sus jugadores se cachondearan, que Carlos le echara el humo del cigarillo en su nuca durante los viajes en avión. Sabía que nunca podría controlar – ni lo pretendía – aquella plantilla que hacía dos cosas fenomenal: jugar fuera de casa y pasárselo en grande. Le importaba poco o nada la estrategia. Cuando los técnicos del Oviedo le pasaban las diapositivas de partidos anteriores del rival de turno, no decía ni mu.  Ni instrucciones sobre defender en zona, ni al hombre, ni basculaciones, ni nada. e limitaba a contar jugadores: «uno, dos, tres, cuatro, cinco… defienden con cinco el córner». Y entonces se levantaba Paco Sanz y decía: «Míster, el quinto no es un defensa, es el árbitro». Y las risas hacían temblar el viejo Buenavista, especialmente las carcajadas de Andrades. El Chuti solía sentarse al lado de Paquito, era su compañero de día… y de noche junto a su amigo sevillano Manu, un fenómeno, un tunante que estaba estudiando para el examen del MIR en Oviedo. Apenas les convocaron en la segunda vuelta, así que solían tener el fin de semana libre.

Paco Sanz tenía tanta vida social que no le alcanzaba el dinero que su padre – sin que él lo supiera – entregaba al Oviedo para que le pagaran su sueldo. «No me llega, muchos meses tengo que pedirle más dinero a mi padre…», decía con una amplia sonrisa, como lo más normal del mundo. Uno de tantos fines de semana libres de aquella temporada en el Oviedo, Sanz y Andrades enfilaron la autopista del Huerna camino de Madrid en el Toyota Celica «Carlos Sainz» negro de Paquito. Era la penúltima jornada de Liga de aquel año. No estaban convocados para el Oviedo-Valladolid. La comida en Madrid se alargó y, con las risas de Paco de fondo, Chuti apenas vocalizaba al llamar a sus compañeros al Tartiere. Intentaba hablarles de unos incentivos procedentes de un equipo madrileño que no, efectivamente, no era el Real Madrid. Entre el acento sevillano, la línea telefónica y los chupitos, nadie entendía muy bien las cantidades por vencer a los pucelanos. Dio igual. No hubo incentivos. Perdieron 3-8, sí, sí, 3-8 en un partido con seis penaltis y cinco goles de Peternac, una situación tan surrealista como toda aquella temporada del Oviedo, el año en que Paco Sanz fue jugador de Primera.

 

Miguel Martínez