Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.
Como para tantas y tantas cosas, no fui yo demasiado precoz para esto del fútbol. Recuerdo una tarde de primeros del mes de octubre. Fría a la sombra pero picante bajo el sol. Aunque desconociésemos su existencia, ya debía de notarse el cambio climático por aquel entonces. Estamos en 1989, Estadio Carlos Tartiere. Había llegado allí después de que mi tío Gil ‘engañase’ a mis padres para comer en Oviedo (por aquel entonces vivíamos en Mieres) y me ‘secuestrase’ para llevarme por primera vez a un partido de primera.
Una repentina ola azul descendía por Comandante Caballero. Allí descubrí los puestos de bufandas y me llevé como premio una bandera con el palo de madera (impensable en estos tiempos). Aún recuerdo, como si fuese hoy, aquel rancio estandarte de ribetes dorados. Y llegamos a aquella pared enladrillada. Mi tío me cogió de la mano: «Yo me pongo siempre en la tribuna Silvela», dijo.
Será difícil olvidar aquel agradable olor a puro del partido de las cinco – y esto lo dice un no fumador practicante desde que viera la luz en este mundo -. Lo sé, me estoy yendo por las ramas. La Real Sociedad de John Aldridge, aquel bigotudo inglés que llegaba de la ciudad de los Beatles, visitaba el Tartiere.
Entre tanta parafernalia llegamos a la grada con el tiempo justo para ver el primero de la tarde. Bango adelantaba al Oviedo antes de que se cumpliese el primer minuto: «Por los pelos», pensé. Antes del descanso un tal Carlos anotaba de brillante testarazo el segundo. Y nada más empezar la reanudación, Vinyals – que golazo del catalán – ponía al público en pie con el tercero. La grada del Tartiere se convirtió por unos instantes en la de La Maestranza, inundada de pañuelos blancos al grito de «¡Torero, torero!». Vamos, fútbol de otra época. Otra vez Carlos y de nuevo Bango cerraron aquella tarde de goleadores capicúa (Bango, Carlos, Vinyals, Carlos, Bango).
Con la satisfacción del nuevo fichaje que debuta marcando el gol de la victoria, mi tío y yo volvimos a casa. Hasta González Besada tuvimos tiempo para vivir nuestro particular post partido.
Tres semanas más tarde pude repetir idéntica jugada. Comida familiar y fútbol a las cinco. El Oviedo volvía a ganar y lo hacía por 3 a 0 ante un grande, el Atlético de Madrid. Ocho goles en dos partidos, cuatro puntos – os recuerdo que estábamos en la 89/90 – de cuatro posibles. La guinda perfecta para engañar a aquel preadolescente que tardíamente acababa de descubrir el fútbol de Primera.
Iñigo Domínguez
Deja una respuesta