Nebojsa Scepanovic
Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.
Avísenme si encuentran esta foto: a un lado debería aparecer ella, la supuesta novia. No va vestida de blanco pero lleva un ramo de flores en la mano. Al otro, él, nuestro protagonista, Nebojsa Scepanovic, intenta parecer un emocionado novio pero no lo es, igual que tampoco era el centrocampista ideal para sustituir a Slavisa Jokanovic, el engañoso reclamo con el que se vendió en Oviedo su fichaje. La imagen se supone que está tomada en las antiguas oficinas del Real Oviedo en la calle Marqués de Santa Cruz y sería el único testimonio gráfico de una farsa de boda organizada por el club para ayudar a un futbolista en apuros, con una de sus empleadas como sacrificada heroína oviedista y falsa contrayente. Scepanovic necesitaba una novia española, aunque sólo existiese dentro del marco de una foto y en un papel sin valor administrativo real, para ahuyentar a otra, la chica yugoslava a la que dejó plantada en su país a las puertas del altar cuando fichó por el Oviedo. Aquí es donde cuesta poner el límite entre realidad y ficción. Sin pruebas, esa extraña ceremonia queda como una leyenda urbanofutbolera , muchas veces contada entre platos, pacharanes y copas, pero desmentida por la mayoría de quienes se supone que estaban presentes. Es la guinda que falta a la historia que sí incluye con toda certeza a un novio a la fuga como fichaje fallido, extorsionado por sus excuñados mafiosos y enrolado en un equipo que empezaba a extraviar su hasta entonces acertada política deportiva.En el verano de 1995, Scepanovic jugaba en la Vojvodina. Tenía 27 años y planes de boda. Probablemente pensaba que había pasado su tren futbolístico para emigrar a ligas superiores a la yugoslava, el que habían cogido años antes antiguos compañeros de equipo como Pedja Mijatovic y Branko Brnovic, con los que había compartido vestuario en el F.K. Buducnost. En su presentación con el Oviedo, el 1 de septiembre de aquel año, reconocía que le había sorprendido el traspaso que ni siquiera él esperaba sólo tres días antes y que se había concretado por 35 millones de pesetas a unas horas del cierre de mercado de fichajes. Lo que no dijo entonces es que, además de dejar su país a la carrera, también había hecho lo mismo con su novia, y lo que quizá no imaginaba eran las complicaciones que esa decisión le iba a traer.
No tardaron en conocerlas en su nuevo club cuando el propio futbolista pidió un adelanto de su ficha. El motivo era que la familia de su ex, «unos mafiosos de la guerra de los Balcanes» según un testigo que vivió este lío dentro del Oviedo, le estaba pidiendo una improvisada y progresiva indemnización por los daños causados con su repentina marcha. El fin de esa extorsión no está del todo claro (aquí entra en juego la farsa nupcial con la que empieza este texto), pero sí el de la brevísima estancia de Scepanovic en Oviedo: el 14 de enero, sólo tres meses y catorce días después de su fichaje, se marchó cedido al Villarreal, un equipo que entonces no había debutado en Primera División y luchaba por no bajar a Segunda B. Dejaba atrás un periplo personal digno de ser contado y un desastroso rendimiento deportivo que perdura como un hito dentro del competido y largo historial de pufos oviedistas.
Y eso que no es fácil para un futbolista ser recordado por la afición de un equipo con el que sólo jugó siete partidos. Menos si no ganó ninguno de ellos, empató dos, perdió los otros cinco y no marcó ni un gol. Pero con esos números, todavía hoy aparece de vez en cuando por el fondo norte del Tartiere, en un gesto a medio camino entre la nostalgia noventera y el puro cachondeo, la camiseta de Scepanovic con su apellido y el dorsal número once que lució en las pocas ocasiones que se vistió de corto. Quizá la más simbólica de ellas sea la última: el 7 de enero de 1996, Scepanovic dejó el césped de Zorrilla en el minuto 86, sustituido por Paco Sanz. En aquel momento, dos mitos involuntarios del oviedismo chocaron sus manos en la banda en la despedida de uno de ellos.
En lo puramente futbolístico, por lo poco que se le vio, tenía una técnica decente y llegó a probar algún tiro de media distancia que no estuvo demasiado lejos del gol. En lo negativo, parecía penalizarle demasiado, sobre todo para jugar como organizador, un físico enclenque con el que, como en todo, perdía en la comparación con Jokanovic. El propio Scepanovic llegó a decir que esperaba estar a la altura de su predecesor en el puesto, también antiguo jugador de la Vojvodina, aunque sus escasas defensores apuntan que la verdadera posición de «Scepo» era la de mediapunta. Probablemente tampoco le ayudaron mucho a triunfaren España los dos entrenadores con los que coincidió aquí. «Mi preferido era Bajcetic (futbolista del Celta por el que el Oviedo había estado negociando sin éxito antes de recurrir a Scepanovic como «plan B»), a Scepanovic no le conozco» fueron las ilusionantes palabras que le dedicó su compatriota Ivan Brzic sentado hombro con hombro junto a él en la presentación del jugador como oviedista. «Si usted no me lo dice, no creo que haya estado con nosotros», contesta hoy al otro lado del teléfono David Vidal, con su característico tono tan rotundo como socarrón. El gallego fue el técnico del Villarreal durante los seis meses que pasó allí el montenegrino y, ayudado por la falta de memoria, prefiere no comentar nada sobre la vida privada del futbolista, que
Eugenio Prieto define eufemísticamente como «equivocada para un deportista profesional». Otros apuntan desde el anonimato que en Castellón a Scepanovic se le recuerda más por su paso por Pachá Alicante que por el El Madrigal (aunque al menos con el Villarreal marcó un gol).
La pista de Nebojsa se empieza a perder al final de temporada, cuando volvió unos días a Oviedo a entrenar antes de rescindir definitivamente su contrato y marcharse a Grecia, donde terminaría su carrera. Este texto empezaba con un fracaso, el mío para probar la existencia de una falsa boda, y después de repasar otro, el de su protagonista, termina con uno más: no poder hablar con él. Lo más cerca que he llegado es a su perfil de Facebook. En él cuenta que vive en Kolasin, una pequeña ciudad de tres mil habitan
tes en el norte de Montenegro, se casó en abril de 2013 y aparece feliz en una foto compartiendo unas cervezas con la que aparente ser su esposa (nunca se sabe). No he conseguido que me responda a un mensaje, a pesar de la ayuda de Google
Translator con el serbio. Sin salir de Facebook, a falta de información siempre nos quedará la adoración. Scepanovic tiene su propia página de (cuatro) fans. En concreto, la siguen dos montenegros, un kosovar y un ovetense, Pablo Álvarez.
http://www.facebook.com/pages/Nebojsa-Scepanovic/105746619466221 Desde ahora, ya somos cinco.
Santiago Sánchez Segura
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