Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.
Domingo en Luanco y la cosa no pinta bien. Los que han viajado a Miramar no están disfrutando precisamente. Estar aquí, y hay unos 1.500 de ellos, les recuerda de dónde vienen y dónde están. Pero por lo menos están -dos veces ya el club ha estado al punto de desaparecer y dos veces le ha salvado su afición- pero hay que escapar y ya. «Volveremos», cantan. «Volveremos a primera, volveremos otra vez».
La realidad es que si sigue jugando así no, no volverán. Marca Diego Cervero el primero y luego…nada. El marcador dice 1-1. Se escuchan algunos pitos tímidos. Y se palpa, poco a poco, la irritación, la fustración. El fatalismo. Ay, otra vez.De repente cambia el ambiente. Llegan noticias, buenas noticias. Sonrisas, emoción. A Miguel Pérez Cuesta le han convocado para la selección española. Y luego, en el minuto 90, marca el Oviedo. Victoria doble. El cántico «Michu selección» había sido una reivindicación; ahora es una realidad. «Ahí estaban jugando un derbi regional y pasa esto», dice Michu en Al Primer Toque. «Cuando me lo comentó mi padre no me lo podía creer».
Michu es del Oviedo, nacido en la ciudad. Dice que ser capitán del club es una de las alegrías más grandes de su carrera. Cuando le llamaron a la selección, se vio obligado a cambiar sus planes: el domingo tuvo que estar en las Rozas con Iker Casillas, Andrés Iniesta y Juan Mata. Iba a estar en el Carlos Tartiere viendo el Oviedo-Avilés, tal y como aprovechó el parón internacional en marzo para irse al Oviedo-Zamora.
La alegría de la afición no se explica sólo por el hecho de que Michu sea oviedista, sino porque le ven, le vemos, como uno de los nuestros. Que siempre ha estado cuando le han necesitado. El chico que rechazó al Sporting y que, hace un año, compró acciones, muchas acciones. Que vivía con el teléfono pegado al oído, preguntando por su club. «¿Cómo vamos? ¿Llegamos? ¿El Oviedo saldrá de esta?» Él, casi mejor que nadie, entendía lo que sentía la afición, lo que sufría, lo duros que eran aquellos momentos.
Y es que Michu no sólo ha estado para ellos, ha estado con ellos.
Aquel domingo, Michu llamó a su amigo Diego para darle la enhorabuena por el gol. Cervero le echó la bronca: «¿Te convocan para la selección y me llamas a mí para darme la enhorabuena? ¡Tarado!». Cervero había jugado con el hermano de Michu y el propio Michu. Michu se fue; Cervero también pero volvío, como querría hacer su amigo Michu. Una foto de la revista de World Soccer del verano de 2005 muestra al Oviedo celebrando el ascenso de Tercera. Una montaña de cuerpos humanos, En el cénit, Michu.
Vino después el descenso y la salida al Celta. La oferta del Sporting, al que Michu dijo que no. A priori la decisión parece fácil: un jugador con su talento sabe que habrá otras oportunidades de jugar en Primera. Al revés: no había garantía alguna, le decían hasta que se le había pasado el tren. Cuando Symmachiarii montó aquella exposición la primavera pasada, un recorte de La Nueva España muestra a un Michu jovencito. «Me gustaría llegar a ser profesional», reza el titular. Profesional, sin más. Ni jugador de Primera, ni internacional. Decirle no al Sporting, a la Primera División, era una indecisión ilógica. Pero para él era la lógica pura: «pensé que no hubiera estado contento», dice. Ningún insulto al Sporting, era algo muy sencillo: su equipo tira demasiado. Y su equipo es el Oviedo.
En Vigo tampoco estaba mucho más contento. Jugaba de pivote cuando jugaba, que era poco. Todo futbolista necesita continuidad y confianza. A él no le dieron ni una cosa ni la otra. Se preguntaba si había perdido una oportunidad, y buscó refugio en el coaching. «Este te ayuda en los momentos malos», admite. «No jugaba y pensaba: ‘jolines’, pero tienes ahí a quien te dice que llegarás».
Llegar, llegó la oferta del Rayo. El equipo peleaba para no bajar pero Michu no dejaba de subir. Fue la revelación. José Ramón Sandoval le puso de delantero durante un entreno y marcó cinco goles. «Se trata de confianza y Sandoval me daba mucha. Se dio cuenta de que yo podía hacer más daño arriba». De ahí se fue al Swansea y marcó 22 goles en 43 partidos, incluido en la final de la Copa de la Liga – el primer trofeo importante que ganara el club galés en más de 100 años de historia -. Le votaron Player of the Year.
Y cuando jugó en Valencia esta temporada, Mestalla le brindó una ovación.
Hace poco Arsene Wenger le comparó con Denis Bergkamp, un piropo tremendo pero algo hay. La inteligencia con la que se mueve, la sencillez de su juego, su capacidad para ‘desaparecer’, para luego aparecer en el sitio justo en el momento justo, su zancada. La llegada de segunda línea, su gran arma.
Cuando le llamaron a la selección, escribió Julio César Iglesias: «Su convocatoria llegó como él al área: inesperadamente». Eso sí, no fue del todo sorprendente. Más de cuarenta goles en dos temporadas y pico le avalan. La afición del Oviedo pedía a gritos que se fuera a la selección. Neutral no es, pero razones tenía.
No ha sido fácil. No fue obvio que llegara. Su primer partido con la selección tocó con 27 años. Cuando fichó por el Swansea, admitió Michael Laudrup que no entendía que nadie quisiera pagar por él. Alex Ferguson dijo que no sabía quién era. Costó tan solo 2 millones de libras, casi 3 millones de euros. Una ganga. Su presidente Huw Jenkis dice que ahora valdría más de 30 millones de libras.
Michu habla de trabajo y humildad y no es un tópico. Su timidez desaparece en el campo. Fue el único miembro de aquella convocatoria de la selección que había jugado en Tercera, Segunda B, Segunda y Primera… Ahora ya juega en la Premier inglesa, con un equipo galés. Su viaje tiene un toque simbólico. Su triunfo es diferente, es otro, es del sudor, de la fe, de la constancia, del sufrimiento, de mentalidad. No es típico: no es ese chico talentoso que siempre sabía, que daba por seguro su éxito.
En sus primeros meses en el Swansea el equipo se entrenaba en un polideportivo local; se cambiaban al lado de padres e hijos que iban a la piscina. Jugó en el Rayo, en el equipo que, quizás más que ninguno, se identifica con su barrio, que construye una identidad en torno a la humildad, la pelea, la rebeldía frente al poderoso. En el despacho de Sandoval había en la pared un marco con una foto de Michu celebrando un gol, colgando del larguero. «Esa es la imagen de este equipo», dijo Sandoval, pegando su puño gigantesco en la pared para enfatizar sus palabras. Con el golpe, cayó la foto y le dio en la cabeza. Sí, de verdad.
Y antes, claro, estaba el Oviedo. Su equipo, ahí en Tercera, en campos de barro; dos temporadas en Segunda B, dos en Tercera. Hace poco se cumplió una década desde su debut ante el Siero, gol incluido. Era el 2003, año de la resurrección, de la primera salvación. Ha estado en ambas salvaciones; los ha vivido como aficionado y como jugador. Motor. Espíritu 2003, el auténtico. Fue clave en aquel ascenso; la última gran alegría del Oviedo. Su equipo, al que nunca abandonó aunque se marchara después de cuatro años.
Puede parecer curioso elegir escribir de Michu. Hasta cierto punto lo es. Le vi jugar en el Oviedo pero sinceramente lo sé por fechas y por recordar el nombre entre muchos, no porque le tuviera muy marcado. No presumo de haberle descubierto, de haberles dicho a los amigos: ‘ojo con el guaje ese’. Pero es imposible verle ahora marcar con el Swansea y no sentir ese saltito de alegría, de pertenencia, de satisfacción, de cariño… sí, y de sacar pecho. Y estando en Reino Unido más. Hablo a título personal, evidentemente, pero siento un orgullo y una alegría cuando le veo a él y a Juan y a Santi triunfar en Inglaterra. Estos oviedistas en Reino Unido, camino cruzado al mío, transmiten algo especial.
Pero no lo digo por mí. Lo digo por el oviedismo, para el cual creo que Michu ha llegado a cobrar una importancia enorme, un simbolismo poderoso. Representa de dónde viene el Oviedo y a dónde quiere ir, cómo se ha visto y cómo se ve y cómo se verá… ojalá. Representa la ilusión, la esperanza, esa llama que no se apaga, ese resurgir que define al Oviedo, ese rayo de sol entre la lluvia asturiana y galesa.
Cuando él llegó a la selección, la afición del Oviedo, la que estaba en Miramar, la que siempre, siempre, está con su equipo, la que lo ha salvado dos veces, se alegró de verdad. Su triunfo lo sentía suyo también. Porque él es uno de ellos; porque ‘la afición del Oviedo’ incluye a Michu, ese tío que se enorgullece cuando la afición viaja a León y homenajea a los mineros fallecidos. Algo no muy típico en el fútbol actual.
Su éxito representa el éxito que busca el Oviedo: un largo camino que no va a ser fácil, pero que si llega será por tanto más sentido; él alcanzó el cénit y cuando él llegó, el Oviedo creyó, un poco más, que algún día llegará también. Y si llega será porque lo merece, porque lo ha trabajado, porque lo ha sufrido. Viven los oviedistas con la esperanza de volver a encontrarnos.
Aquella mañana en Las Rozas, a Michu le esperaba Juan Mata: lo protegió, lo mimó y lo celebró. Sonreía de oreja a oreja. La gente no lo sabe, pero insisto: Mata se prestó a hacer ciertas cosas solo porque era Michu; las hizo por él, no por sí mismo. «La única excusa por faltar a los play-offs sería estar en Brasil con la selección», le dijo a Michu su amigo Chisco García. «Bueno», contestó entre risas, «igual pido un par de días». Lo dijo desde una sala de las Rozas. En las paredes, cientos de fotos: retratos de hombres como él que llegaron a jugar con la selección española.
Sid Lowe – Periodista-
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