Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.
No se me ocurrió la metáfora mientras volvíamos en el AVE Toledo-Madrid, con los playeros de lona calados hasta los calcetos y la sonrisa de oreja a oreja, pero aquello en el Salto del Caballo bien me la podría haber metido en la cabeza. La nieve sucia sigue siendo nieve. Cualquiera que sepa el significado de palabras ignotas como Vojvodina, Chapacú y jorobu comprende que ser del Oviedo obliga a tener paciencia. Lo que toca es esperar al momento, olerlo y agarrarlo en cuanto pase porque nunca sabrás cuánto tiempo transcurrirá antes de que la vuelvas a ver tan gorda. Aquellos dos partidos de invierno en Toledo fueron preciosos para el que supo disfrutarlos. Torcimos por la esquina de una calle milenaria y en aquel templo del under español topamos con la épica, aunque fuera de andar por casa. Era 2010 y sucedió porque la nieve sucia sigue siendo nieve.Muchas veces me tocó seguir al equipo fuera de casa, por una razón u otra. Todavía recuerdo la remontada en San Mamés con Onopko de pulpo, el Tito Pompei repartiendo rosquillas y Dely con el teléfono móvil preparado en la banda. Yo estudiaba la carrera de periodismo en Bilbao y, como el presupuesto no me daba para la entrada, tuve que ver la goleada en un mesón cien por cien rojiblanco. Celebré aquellos cinco goles con la felicidad que solo puede sentir un universitario harto de botellines y con su equipo en Primera División. El Oviedo arrasaba y yo estaba más contento que un perro con dos colas. No tenía preocupaciones, ni se me había pasado por la cabeza que la moralla me esperaba a la vuelta de la esquina.
Más de diez años después, lo de Toledo llevó al paroxismo, al menos en mi mente, el concepto del infrafútbol. Claro que si tienes el cerebro hecho una mierda a base de carruseles deportivos y sesiones de PC Fútbol, lo de ir al Salto del Caballo tiene que ilusionarte por fuerza. Y en esas estábamos Granda y yo. Mi colega y compañero incondicional de grada, el día antes del partido. De camino y durante toda la noche que, perdón por el chiste, fue bastante toledana, nos acordamos del Toledo cepillándose al Madrid en Copa cuando Del Bosque todavía palmaba algún partido o de que por allí habían pasado gandes como Luis Manuel o el Chino Losada. Si hasta recordamos a Cidoncha con el cariño que se le reserva a los cromos verdaderamente míticos…
Ya en Toledo y según avanzaba el día, el guión iba encajándose para formar una pieza épica. No sabíamos cómo iba a acabar aquello pero hasta el más tonto podía notar que algo se estaba cociendo. Con un frio de los que duelen, incluso para un asturiano acostumbrado a mojar los calcaños en traicioneras y capitalinas baldosas, entramos en el primer bar que vimos y lo que encontramos, además de cuatro cañas que resultaron pura salud, fue un contingente de oviedistas de los que te arreglan el viaje. De repente hubo justificación a la pijada de ir a Toledo a papar frío y buscar una victoria incierta. Fue como si Google Maps nos hubiera tirado una flecha imaginaria a la cabeza y nos hubiera puesto en el mapa. Calientes y centrados ya, tiramos para el estadio.

No miento si reconozco que de aquel primer encuentro en Toledo recuerdo pocas cosas cuando pienso en lo que sucedió en el prado. El gol de Manu Busto, sí, con un pase a bote pronto de Jandro que andaba jugando de delantero y ya no era el Jandro de la camiseta 7 que yo había comprado con toda la ilusión del mundo en Tercera. Recuerdo a la afición local decidiendo que el calificativo idóneo para Miguel por recibir doble amarilla tras tirarse dos veces era el de tooonto (así, con triple o) y que los cuatrocientos oviedistas que estábamos allí secundamos el cántico. Las aficiones son muy cabronas, y la nuestra también, aunque tenga más ramalazos de lucidez que la mayoría. Recuerdo la astracanada por el cambio de Rayco y a un paisano comentando viva voce sobre Rubén García mientras trataba de esprintar: «¡No me jodas chico si Rubén García corre p´atrás!» Pero eso ya entra en el terreno del humor y yo estaba hablando de la épica. Aunque sea de andar por casa.
Nevaba con gracia en el municipal toledano. Yo miraba a alguno de la Peña Azul Madrid, la camiseta en la mano, los copos en el pecho y las copas en la sangre, y pensaba: esta gente es grande. Nevó y nevó hasta que el árbitro dijo que allí no se podía jugar salvo que el delegado sacara el balón de colorines y volviera a pintar unas líneas que ninguno habíamos vuelto a ver desde hace rato. No os imagináis el mosqueo del respetable astur cuando al colegiado le dio por bajar la persiana. Los del césped embarrado cada domingo en Buenavista queríamos jugar aquel partido, bramamos por no poder hacerlo, inconscientes de que jugándolo nos hubiéramos perdido una historia de fútbol memorable. Una de esas que le podrías contar a tus nietos cuando ya no haya estadios de fútbol y cuando lo del cemento y las palmas suene a batallas ajadas. Los 45 minutos aplazados de Toledo.
¿Os imagináis el sentimiento de orgullo que supone escapar del trabajo corriendo, agarrar un tren y luego un taxi para llegar tarde a los 45 minutos aplazados de un partido de mierda y que al entrar al campo te encuentres de nuevo a los tuyos animando en la grada? Yo creo que no os hacéis una idea. Sufrimos como perros aquel día para aguantar un 0-1 que al final no sirvió para mucho, porque aquel año no conseguimos escapar de los barrizales. En otro día asqueroso para pasear, el fútbol tampoco acompañaba. La pelota no nos duraba y el sistema tenía más agua que los playeros que ya comenzaban a helarme los pies como cada vez que voy a ver al Oviedo. Pero ganamos y eso nos valía. El equipo transpiraba aquello del orgullo, valor y garra, y la comunión fue total. Celebramos aquellos tres puntos como si fuéramos el Toledo mojándole la oreja al Madrid. Como su hubiéramos vencido al Sporting por la mano. Lo sabíamos y lo volvimos a entender aquel día. También por partidos así merece la pena ser de este equipo. Porque la nieve sucia sigue siendo nieve.
Sergio Cortina – Periodista
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