Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.
Decía Antonio Tabucchi que “Lisboa ofrecía una apreciable variedad de alternativas para un noble suicidio”
No estaba viviendo en Lisboa en 2008, estaba en Madrid, pero esta ciudad se podía adueñar de la frase perfectamente. Todo lo que tenía alrededor era válido y hermoso para crearme ese muro real que me distanciaba de Oviedo. Un noble adiós de la noble ciudad. Mi suicidio estaba cerca, no un suicidio real evidentemente, pero llevaba un tiempo en Madrid y estaba matando una parte de mí con premeditación.A Madrid o la odias o la amas, no hay término medio, te obliga a elegir rápido y mi llegada a la capital fue maravillosa, en pocas semanas el pretérito perfecto me salía solo y me colocaba a la derecha en las escaleras mecánicas del metro como un habitante más. Recibía las reprimendas de mi madre por no llamar en días, me pasaba meses sin pisar Oviedo y cuando volvía me sentía extraño. No era mi hogar, era un extranjero en mi propia casa, hasta mi hermana se había quedado con mi habitación y mis pósters del antiguo Tartiere habían pasado a habitar el trastero.
Mis nuevos compañeros me acogieron como uno más e incluso me preguntaban por la situación del Real Oviedo y el efecto 2003. Les relataba como un cuentacuentos que entre todos habíamos quitado la nieve, que jugábamos en barrios ovetenses o que nos llenábamos de barro por 3ª. Al tiempo dejaron de preguntarme, pensando que del golpe de 2007 no nos levantaríamos jamás, estaban esperando la desaparición y me hablaban de una opción que volvía a escocer pero que parecía la única viable, otro Oviedo que no fuese el Real y yo me fui acostumbrando porque no quería sufrir más.
Tengo muy pocos recuerdos anteriores a los 10 años que no tengan que ver con el Real Oviedo, de hecho el primer recuerdo de mi vida es en el antiguo estadio aún en 2ª, según mi madre al llegar a la grada dije que nunca había visto un partido con tantas escaleras. Crecía cada 15 días en el Tartiere, a las 4 de la tarde ya tenía la bufanda puesta y de la mano de mi abuela subía por la ciudad, comíamos un pastel frente a la iglesia de San Juan -de los normales, no de los especiales- y los caramelos de los puestos a la entrada. No creo que ella entendiese de tácticas ni de jugadores, por eso era el compañero ideal para un niño que empezaba a ver sus primeros partidos. El resto de mis familiares se enfrascaba en discusiones en arameo sobre entrenadores y sus tácticas mientras yo me sentaba junto a ella celebrando los goles, abrazándola como si fuésemos compañeros de delantera, nosotros éramos el Oviedo.
Pero las cosas cambiaron, su enfermedad le llegó a la vez que al club y cuando ella se nos fue el Oviedo ya estaba jugando contra el Pumarín. Yo aguanté con fuerza los primeros años del batacazo, jurando que haría todo lo posible para sacar al Oviedo de las cenizas como hubiese hecho mi abuela. Fui uno más hasta que abandoné la ciudad en 2007.
Esa temporada fue dura para el equipo, debía a empezar de cero, otra vez, después del primer descenso real a 3ª división y aproveché el momento para alejarme. Decidí no seguirlo, con cierta soberbia busqué refugio en otro equipo de Madrid que ya se había cruzado en la historia del Oviedo anteriormente. El Atlético me ayudaba a dejarlo con un noble suicidio, o eso creía yo. Empecé a sentir que el equipo del Manzanares podía ocupar ese lugar, la historia rojiblanca se parecía en cierta manera a la nuestra. Así que miré hacia otro lado, no quería ni ver las clasificaciones y la lejanía hizo el resto para que dejase en la estacada por primera vez desde 1988 al equipo de mi vida.
Y pasó lo que en el fondo sabía que iba a pasar, el equipo arrastrado por la afición volvió a meterse en una fase de ascenso, arrasando un grupo de 3ª división que le quedaba cada año más pequeño, mientras yo seguía en mi lejano pedestal haciéndome el fuerte.
El partido de vuelta con el Caravaca llamó mi atención, a nadie en su sano juicio le llamaría la atención después de perder 4-1 en la ida, además esa tarde tenía guardia y no podía verlo. No se cómo ni porqué moví Roma con Santiago para seguirlo. Me costó mucho convencer a mi compañera de que un partido de 3ª era importante y que debía ausentarme un par de horas, pero lo conseguí y en un cuarto donde sólo entraba una mesa y un ordenador me encerré a verlo.
El partido no me importaba, me lo repetía una y otra vez, tenía que dejar de pensar en el Oviedo, estaba en Madrid y todo eso formaba parte de mi pasado, el equipo de mi infancia…Y cuando menos lo esperaba remontamos la eliminatoria, el 3-0 daba pie a la locura, el gol de Curro de falta. Volví a oír ese Tartiere descontrolado en aquella minúscula pantalla que se cortaba cada 2 minutos, con los mismos de siempre, los que nunca faltarán. El corazón me volvió a latir de una manera que hacía tiempo no hacía.
Y fue en ese momento cuando me acordé de mi abuela, los dos abrazados con la bufanda azul y blanca de lana tejida por ella misma, mirándonos a los ojos y sonriendo. Me di cuenta ahí de que el Oviedo era el único vínculo que nos unía ahora mismo, el Oviedo siempre estuvo, antes, durante y después de nuestra relación.
Y ahí pedí perdón, no lo dije en alto, pero pedí perdón. No a mi abuela, ni al Oviedo, el perdón me lo pedí a mi mismo por si quiera valorar la posibilidad de quitarme del medio.
Han pasado 4 años, aquella eliminatoria la perdimos, dos goles de un maldito delantero del que no quiero recordar su nombre, -sé que no se me olvidará jamás- nos devolvieron a 3ª. Me veo en aquel cuarto, lloré y golpeé la mesa, pero salí con la cabeza alta muy alta y ya nunca más volví a bajarla. Soy del Oviedo cueste lo que me cueste y no por mi abuela si no por mí.
Ahora he vuelto a Oviedo, empezando de cero, algo de culpa la tuvo ese día, estaba olvidando de donde venía y un equipo de 3ª me dio un bofetón, mereció la pena pasar los 40º en ese cuarto y la posterior reprimenda del jefe que no me encontraba.
Blog Delantero en Orsay
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