Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.

Pues sí. He elegido a Rivas. Antonio Rivas Martínez, que hay que especificar porque ahora hay otro Rivas, pero este Salva de ahora aún tiene mucha agua que apartar para ganarse un sitio en mi historia del Oviedo. Antonio ya lo tiene.

Sería «nuestro Bernabéu» si hubiera llegado a ser presidente, porque don Santiago firmó ese triplete (fue también futbolista y entrenador del Real Madrid), aunque estoy casi convencido de que Rivas asumió funciones atribuibles a un presidente en aquellos primeros renglones torcidos de nuestra historia reciente y ya demasiado larga en los sótanos del infierno, que no por ser una decáda ominosa ha dejado de albergar héroes y secundarios entrañables.Casi nadie sabe que yo, de cadete, quería ser como Rivas. Jerkan me ponía nervioso. El croata era tan bueno y llegaba con tanto adelanto a los cruces que necesitaba buscar siempre la salida técnicamente más difícil. La encontraba en el 99,99 por ciento de las ocasiones y se llevaba la correspondiente ovación del resperable, pero yo quería ser como Rivas, aquel defensa rubio que desde la grada a mí me parecía pelirrojo; que era central, como yo; de aseadísimo trato de balón, al contrario que yo; que cortaba y servía, que lo hacía fácil. Mira, en eso también coincidíamos, pero mi sencillez se resumía en un patadón fuerte y a las esquinas, a ver si por casualidad salía un pase al hueco.

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Ya puestos a confesarme, reconozco que hubo unos meses púberes en los que le fui algo infiel a Rivas con Fernando Gamboa. Me llegué a hacer su peinado, de «casco» y engominado hasta doler, pero su contundencia canchera llegó a asustarme hasta a mí. Además, los cuellos de la camiseta del Benedicto Nieto, la blanca con cuadritos verdes de Joluvi que tuvo el Oviedo de segunda que nos dieron por un convenio de colaboración entre los clubes, no se quedaban p´arriba.

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Cuando volví a jugar después de una vuelta entera de baja por culpa de una peritonitis que casi me manda al otro barrio, a David, nuestro entrenador, le dio por ensayar una defensa de cinco, con tres centrales y dos carrileros, antes de recibir a El Corbero. Al ser uno más atrás, me sentí como más liberado para poder llevar a cabo un propósito de enmienda futbolística que había redactado y firmado en mi cabeza mientras, convaleciente, escuchaba tumbado partidos por la radio o los veía apoyado en la barandilla de El Sotón o con la nariz metida entre las vejas verdes del viejo Tartiere: «Heri, tienes que hacer como Rivas. Cortar y al mediocentro. Dásela a Jorge, que chuscándola no vas a ningún lado». No fui a ningún lado. Si acaso a Salamanca, a intentar hacerme periodista.

En la facultad fui relativamente conocido por mi carpeta forrada con recortes del Oviedo, que alguna puerta me abrió, por cierto. Pero como, estando en segunda, Rivas se marchó al Albacete y el fotón de la clasificadora era, lógicamente, el de Rivas, que era mi jugador favorito, mi corazón entendió que pasearla por la Ponti dejaba de tener sentido.

En lo que yo me licenciaba, mi querido referente remataba su carrera como futbolista en Benidorm y daba sus primeros pasos hacía el nivel 3 de entrenador. Todavía no había atajos para los jugadores de élite. Fíjate como sería que Rivas pencaba Psicología cuando en el Real Oviedo ya había manejado durante meses a una plantilla que no cobraba y estaba manejando otra que no sabía si iba a cobrar, que había firmado en blanco y que terminaría como campeona después de empezar la Liga debiendo seis puntos a la FIFA. Manda cojones.

En 2003 andaba yo por Madrid trabajando en la cadena SER. En mis ratos libres me enganchaba a Oviedin.com para estar al día de lo que pasaba en un club del que, prácticamente, sólo quedaba el nombre, que era un okupa en su propia casa, que había sido dado por muerto por las instituciones.

Dos imágenes posteadas en el foro removieron mi conciencia. Un montaje del Tío Sam teñido de azul y blanco apuntándome con el dedo y advirtiéndome con gesto grave de que el Real Oviedo me necesitaba y otra de Rivas a punto de tomar asiento en lo que se suponía que era su depacho de trabajo: un pupitre de colegio de primaria junto a un urinario coronado por una Olivetti negra, electrónica eso sí. «¡A dónde hemos llegado, Oviedín del alma!», pensé.

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Cogí la lista de corresponsales y busqué el contacto de Ángel Fernández, mi compañero de Radio Asturias, para pedirle el teléfono de Rivas. «¿Pasó algo?», me preguntó. «No, tío. Simplemente es para presentarme y ponerme a disposición».

Y así fue. Como había hecho también unos días antes con Manolo Lafuente, pero con muchas más cosquillas groupies en el estómago, llamé a Rivas, me presenté y le ofrecí mi agenda y mi tiempo para ayudarle a él y, por extensión, al Oviedo. Si el hombre no tenía oficina, menos iba a tener una red de informadores.

Recuerdo que en una de nuestras primeras conversaciones, siempre telefónicas, le comenté que me había encantado Rubén, futbolista del Marino de Luanco, en el partido de vuelta de la promoción de ascenso en Tres Cantos con el Pegaso. No me lo dijo, pero ya lo tenía fichado. Hizo bien, no tenía por qué fiarse de mí por aquel entonces.

Aún conservo un informe que le remití de un Móstoles – Navalcarnero junto con una lista de tres jugadores por puesto que me pidieron ya desde una incipiente secretaría técnica tras el ascenso a Segunda B y de la que sí me siento especialmente orgulloso. Un tercio de los treinta y tres, por aquel entonces todos en Tercera, ya ha debutado en Primera o Segunda División. Entre ellos un tal Álvaro Negredo.

Como creo que ya ha prescrito, lo cuento. «Míster, le he visto bastantes veces. En campo grande, en campo pequeño, va, choca, por arriba, por abajo… Tiene mucha presencia física, pero de torpe con los pies no tiene nada ni mucho menos. Negredo, el delantero del Rayo B. «Heri, machote, si traigo al delantero del Rayo B aquí, me cae la de Dios». No pude más que asentir a través del teléfono, porque tenía razón. Así éramos y, por eso, muchas veces, así nos fue.

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Justo antes del playoff de nuestro primer ascenso a Segunda B, que escrito así todavía impresiona, porque significa que hubo más de uno. Aliaga se había roto el cruzado. Si hay algo difícil de encontrar en plena temporada son delanteros y porteros y ya que sena buenos, ni te cuento. Y si encima tienen que ser baratos… Amparado en la posibilidad que daba el mercado de fichar sólo para la fase de ascenso, Rivas se fue a por Quini, futbolista que había roto a jugar y golear en la segunda vuelta del Alcorcón de Raúl González, donde, creo recordar, firmó una media de casi un tanto por partido, diecisiete, ocho de cabeza.

«Le he ofrecido de todo, Heri. Firmar por partido, por goles, 1+1… Y lo que más me jode es que dice que le encantaría jugar en el Oviedo, que sería la hostia, pero que tiene posibilidades de ir a jugar en Segunda a Salamanca o a Ferrol y que no quiere arriesgarse a tener una lesión. Ya no se qué hacer, macho. ¿Por qué no lo intentas tú?.

Vaya si lo intenté. Pero es históricamente comprobable y evidente que no lo conseguí. Quini, que ya había hecho clic en todos los enlaces de Youtube mucho antes de que yo se los enviara, me reconocía maravillas sobre la afición, sobre el Tartiere, pero nbo quería poner en peligro el nuevo futuro que él pensaba que se le había abierto. Al final, el destino quiso que el que fichara fuera Nacho Rodríguez. Con un gol al Coruxo y dos al Real Ávila, uno de ellos de los más bonitos que he visto en directo en mi vida, se convirtió en héroe del ascenso.

Al año siguiente, Quini acabaría viniendo al Tartiere, y perdiendo, enrolado en las filas del Zamora, en Segunda B. Otra crisis resuelta por la administración Rivas.

Rivas y yo no sentamos en una misma mesa hasta marzo de 2005. La plantilla del Real Oviedo había parado a comer en Casa Parrondo después de entrenar en la Ciudad de fútbol de Las Rozas y antes de poner rumbo a Benidorm para jugar la Copa Federación. A pesar de la invitación fue un hola y adiós, porque entendía que no pintaba mucho yo ahí comiendo con el equipo.

En 2009 mi condición de correturnos en la radio me llevó alguna vez al Cerro del Espino, en Majadahonda, y allí volví aa coincidir con él. Era un viernes, creo. Nos desalojaban después de permitirnos el lujo periodístico, #modoironiaON, de ver los quince primeros minutazos del entrenamiento del Atlético de Madrid mientras el filial enfilaba ya el camino hacia el vestuario después de completar el suyo. Por si acaso, porque había pasado ya un tiempo de la última vez que nos vimos, casi cuatro años, me volví a presentar. Le hice el par de preguntas de rigor por su equipo, por el encaje de su familia en Madrid, que no siempre es fácil, y no habría pasado un minuto y medio y ya estábamos hablando del Real Oviedo, que es lo que, de alguna manera, nos unió para siempre, porque el contacto nunca lo hemos perdido. Llámalo amigos, llámalo troncos, el caso es que si yo necesito algo y está de su mano me lo da y viceversa. En todo caso, una relación con un ídolo que va mucho más allá de lo que un cadete podía soñar.

Dice mi padre, una de las personas sin microfóno que más sabe de fútbol, que los mejores entrenadores tendrían que estar en la base, que ahí es donde son verdaderamente útiles. Si nes así, Rivas, estando en el Alcorcón B, está en su sitio. Además, si un filial es la antesala del primer equipo para un futbolista también lo ha de ser para el entrenador. Pero, idolatrías aparte, nadie me quita de la cabeza que a Antonio le ha faltado ese poquito de suerte necesaria en todo en la vida para llegar a la élite.

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Vete tú a saber, igual esa misma vida quiere que sea él el que haya cavado con pala los cimientos y remate la obra del Escorial esta en la que se ha convertido la vuelta del Real Oviedo al fútbol que entra en quiniela. Pocas cosas me harían más ilusión. Igual si, en su día, los oviedistas no le dijimos adiós como se merecía después de todo lo que había hecho, quizá fue porque simplemente era un «hasta luego».

Heri Frade