Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.

No me quiero ir muy lejos. Simplemente al 31 de mayo de 2015 donde el Real Oviedo logró un ascenso que llevaba esperando doce años. Poder vivirlo y contarlo en primera persona fue algo único y que no olvidaré jamás. Quizá porque yo mismo me involucré tanto con este proyecto como si fuese el propio Sergio Egea o quizá porque un equipo y una ciudad entera me han contagiado su manera de vivir el fútbol tan intensamente.1433196265_extras_albumes_0_980.jpg

Sea una cosa o la otra, hizo que durante la retransmisión me costase contar lo que estaba viendo. Lleno de emoción, primero por ver ese Ramón de Carranza hasta la bandera, que poco se fue convirtiendo en un «mini Tartiere» y después con ese pitido final que supuso la liberación de tantos oviedistas.

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Antes de este último partido, mucha gente me preguntaba cómo veía la eliminatoria. Si creía que el Oviedo podía ascender en Cádiz después del empate a uno en la ida. Siempre respondía lo mismo, la eliminatoria para mí estaba al cincuenta por ciento y confiaba en que pudiesen marcar un gol. El problema estaba en no recibir ninguno. Habían sido el mejor visitante de toda la categoría y tenían que demostrarlo. Era el día idóneo. Otra cosa que tenía clara, y además suele ocurrir a menudo en las grandes citas, es que si alguien lograba ese gol del ascenso, obviamente no sabía quién iba a ser, pero sí mis sensaciones me hacían creer que no iba a ser uno que estuviese acostumbrado a celebrar muchos.

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Volviendo a la liberación de tantos oviedistas con el pitido final, yo solo miraba a mi alrededor para observar el mar de lágrimas y de sentimientos que provocaban que a uno no le saliese ni la voz. En ese momento no te queda otra que guardar la compostura, tragar saliva y seguir hacia adelante para contar algo histórico.

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Al primero que me acerqué fue a un Esteban que renunció a jugar en Primera División para hacerlo en Segunda B con el equipo se sus amores. Él mismo me reconocía que era el día «más feliz» de su vida. Esto no había hecho nada más que empezar. Acto seguido ya fueron apareciendo más protagonistas y más palabras. Lo siguiente fue escuchar a Sergio Egea decirle «gracias, chico» a Héctor Font. El propio media punta mirando a esa grada azul del estadio gaditano diciendo: «Por esto me he hecho yo futbolista. Por esto». Un jugador que estuvo en una plantilla que llegó a semifinales de la Champions League. David Fernández, autor del gol, reconociendo que había cerrado los ojos rematando con todo y cuando los abrió ese balón ya estaba dentro. Linares, como si llevase toda la vida en el club destacando que por fin han salido del «barro». Pues bien, todo esto no es nada comparado con dos momentos.

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Uno de ellos, es ver a un hombre de acento argentino, con gafas y polo azul marino, que no pudo ni estar un solo minuto sentado en el banquillo, liberar toda la tensión acumulada de una temporada entera. Hablo de Egea, por supuesto. Un hombre que siempre se caracterizó por ser, al menos de puertas para fuera, muy tranquilo y discreto, y que en el momento que el colegiado hizo sonar su silbato salió corriendo directamente con los brazos en alto para agradecer a los miles de aficionados allí presentes todo el apoyo. Se «desmelenó», y como si fuese el mismo Fernando Vázquez en sus mejores tiempos, se recorrió esa banda dando saltos, con los brazos en alto y gritando a más no poder. Adrenalina pura.

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Pero si me preguntan por un solo momento con el que me quedaría de esa tarde, además por supuesto del cabezazo divino de David Fernández, es con la posterior celebración. Y no precisamente la del central, sino la de Diego Cervero, que estaba celebrando en la banda by fue el otro hombre clave en la eliminatoria. A menos de un metro de mi posición, no se contuvo y se derrumbó. Arrodillado en el césped, llorando, no quiso ni entrar a celebrarlo con sus compañeros que estaban a su lado, sino que prefirió exteriorizar su oviedismo a golpe depuro sentimiento. Echando seguro la vista atrás, incapaz de creer lo que estaba presenciando y recordando ese «barro» del que hablaba Linares.

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¿El viaje de vuelta? Pues un caos. Ya os lo podéis imaginar. Miles de aficionados esperando en Asturias para recibir a sus ídolos y celebrar con ellos lo que tanto tiempo llevaban esperando. En el avión, Arturo Elías, con brindis de tequila, nos comunicó que no podíamos aterrizar en Asturias por la niebla y que teníamos que hacerlo en Santiago de Compostela. A pesar del desconcierto y la propia desilusión del momento, la alegría no decayó y fue Erice el que llevó la voz cantante amenizando la madrugada en el aeropuerto gallego con una ranchera. A todo esto, eran las tres de la madrugada y yo tenía que preparar al día siguiente el programa más importante hasta la fecha. Los jugadores pasaron la noche allí, solo algunos valientes durmieron, y mientras yo pensaba la manera en la que regresar, puse fin a mi periplo por tierras gallegas y a un fin de semana inolvidable para recopilar en unas pocas horas unos sonidos que recordaré el día 31 de cada mes.

Por cierto, en ese viaje de vuelta, cosas del destino, me tocó junto a uno de esos 155 oviedistas a los que privaron de ver, sin motivo aparente, posiblemente el partido de su vida. Él mismo me reconocía que no les dieron ninguna razón. «Ya sabíais que no ibais a entrar», fue la única respuesta que recibieron. Solo espero que el Oviedo pueda devolverles pronto con otro ascenso lo que otros les quitaron por capricho.

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Cali González