Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.
Si algo marca el ADN de la ‘Marca España’ futbolística eso es el ‘tiki-taka’. El nuevo modelo adoptado por nuestra selección, -apoyado en una de las mejores generaciones de jugadores de nuestra historia- es reconocido y halagado en todo el planeta. Las dos eurocopas y el mundial de Sudáfrica avalan un estilo que nadie discute. Hacer un ensayo sobre las bondades de La Roja y el cambio experimentado por nuestra forma de jugar no es el objetivo de este relato.Por todas esas cosas, cuando echo la vista atrás y repaso entre los cientos de futbolistas que han defendido la camiseta del Real Oviedo en las últimas temporadas, me encuentro con algunos que podrían haber encajado en ese modelo. Lo que tengo aún más claro es que hay uno que quizás no diese ese perfil, pero a su favor tiene que llevaba impreso el lema más sagrado de este club: ‘Orgullo, valor y garra’.
Antonio Gorriarán Laza (Muskiz, 5-11-1961) debería ser el espejo en el que se mirasen muchos futbolistas profesionales o simplemente aquellos que aspiran a serlo. Probablemente, él fuese el primer sorprendido si alguien le dijese que iba a conseguir poner una ciudad como Oviedo patas arriba, festejando un ascenso a Primera División; sumar 198 partidos en la máxima categoría; conseguir triunfos en campos como el Santiago Bernabéu o marcarle un gol al Barcelona -como hizo en el triunfo por 2-0 de los oviedistas ante los catalanes en la temporada 1989-90-. Todas estas cosas forman parte de la historia de un central al que muchos aún recuerdan y al que el oviedismo nunca debería olvidar.
Hacer un repaso numérico de las nueve temporadas que Gorriarán pasó en Oviedo sería una pérdida de tiempo y un aburrimiento. Basta explicar que llegó a Asturias desde el Sestao. Que en el que considera su equipo -sólo un poco compartido en el corazón con el Athletic- vivió una temporada tan dura como la de 1986-87 en la que el club libró del descenso a Segunda B por la reestructuración de la categoría; pero un año después disfrutó con la recordada promoción de ascenso ante el Mallorca y que desde ese momento se convirtió en un fijo de las alineaciones del equipo en la élite. Vicente Miera, Javier Irureta y Radomir Antic le dieron galones en el centro de la zaga azul en su etapa más brillante en la máxima categoría. Tocó el cielo con la clasificación para la Copa de la UEFA y sufrió la amarga eliminación en Génova.
Cuando llegó el momento de su adiós, comencé a entender que Gorriarán era un tipo diferente. En aquel momento no pensé en el hecho de que ocupase el puesto número 12 entre los futbolistas con más partidos disputados con la elástica azul, a los 198 en Primera se le unieron 72 en Segunda para un total de 270. La despedida de ‘Gorri’, como se le conocía en la grada, era también la de ‘Toni’, como le llamaban todos los compañeros en la caseta. Del futbolista muchos pueden hablar con más acierto que yo, del otro tuve la enorme suerte de disfrutarlo una vez que había colgado las botas y cuando las cosas se hablan con mucha más tranquilidad.
Como su etapa en el equipo coincidió con la de Berto, no fueron muchas las ocasiones que tuvo para lucir el brazalete de capitán en partidos oficiales, pero dentro del vestuario se le respetaba como si estuviese vendado por ese trozo de tela reservado para los verdaderos jefes del vestuario.
Bien formado, poseedor de los valores de nobleza que tanto significan a los vascos, su estilo sobre el campo estuvo siempre más cerca de la garra que del fino estilista. Supo aprender el oficio junto a hombres como Sañudo y supo transmitir valores a jóvenes como Luis Manuel o César. Cuando había que dar la cara, él siempre era el primero en la fila para defender al equipo, al club, al compañero o al que hiciese falta.
Ahora que está de moda hablar de la presión que rodea al Real Oviedo, esa que dicen que atenaza a los futbolistas y que les impide jugar, me vienen a la cabeza muchas veces las explicaciones que Gorriarán daba a los amigos. Nunca ocultó que sufría jugando los partidos y que era mucho más feliz entrenando. Su explicación tenía una lógica aplastante: «Sabía que podía defraudar a la gente y eso me dolía». Aunque algunos quieran tomar esa bandera para defender sus tesis, todo se viene abajo cuando se analiza su forma de comportarse sobre el campo. Jamás rehuyó la batalla, siempre defendió el escudo con ‘orgullo, valor y garra’; cuando se equivocó pidió disculpas y pensó en la siguiente batalla. Ese era el carácter de un central de verdad.
Si algo marcó aquella etapa dorada del Real Oviedo en Primera División fueron los duelos con el Sporting. Gorriarán, junto a Carlos Muñoz, siempre fueron los blancos preferidos de la afición rojiblanca. Aquella canción que casi se convirtió en himno del sportinguismo: ‘Mitad hombre, mitad animal, Gorriarán, Gorriarán, defensor del Oviedo…’ lejos de molestarle le estimulaba. Salir a calentar en el Molinón y escuchar aquello le servía para venirse arriba y jamás rehusó acercarse a la zona donde más le gritasen, en eso casi siempre tenía la ayuda extra de Carlos, que se manejaba a la perfección en ese tipo de ambientes.
Lo que sucedía sobre el campo es bastante conocido. Aquel marcaje el hombre sobre Paulo Futre dejó escenas que jamás podrán borrarse de la memoria de los que lo vieron. Su estilo rudo pegaba a la perfección con los delanteros de la época, porque tampoco Hugo Sánchez y compañia eran de andarse con chiquitas dentro de las áreas.
Lo que probablemente sea desconocido para muchos era su influencia dentro de la caseta. Ahí, ‘Gorri’ quedaba en un segundo plano y cedía todo el protagonismo a ‘Toni’. Jamás faltó una palmada de ánimo a un compañero en un mal momento o una reprimenda al que se lo mereciese. Sentía el club como algo propio y así lo defendía. Las reuniones en el recién abierto, por aquel entonces, El Asturianu eran religión. Allí, con una buena jarra de cerveza, se hablaba de fútbol o de lo que tocase. Era una parte fundamental del ‘entrenamiento invisible’ que él practicaba. Las cenas del equipo eran obligatorias. La mesa y el mantel ayudan a resolver cualquier problema que se escape del vestuario y ‘Toni’ lo sabía.
Los cuidados y trabajos en la primera plantilla se complementaban con el filial. Aunque nunca sintió la llamada de los banquillos -su vida profesional transcurre hoy en día lejos del fútbol- siempre se le vio cercano a los jugadores de la cantera. ‘Toni’ no tenía problemas en abroncar a cualquiera de ellos que se saliese de las pautas de comportamiento lógicas de aquella etapa y se recuerda una bronca a un jovencísimo Mora por haber faltado a una cena del Vetusta, cuando comenzaba a despuntar en el primer equipo. No era extraño encontrarlo en una fiesta de la facultad de Económicas o Empresariales, con aquella generación de jóvenes como Dani Amieva, Emilio, Simón, Marcos Arregui… Todos sentían admiración y respeto por ‘Toni’ y él les ayudó siempre.
Cuando abandonó el Oviedo para fichar por el Alavés su peso en las alineaciones había bajado de forma notable. Antic había confeccionado uno de los equipos más recordados de la historia de Real Oviedo -Jerkan, Cristóbal, Prosinecki o Jokanovic estaban en esa plantilla- pero Gorriarán mantenía un rol de peso dentro del grupo. Como se veía con fuerzas para seguir se fue a Mendizorroza y si alguien tiene dudas de la clase de tipo que es el de Muskiz, que pregunten por allí, donde se entregó con pasión sobre el césped y llegó a ser uno de los directores generales de la entidad vitoriana.
Ojalá el Real Oviedo no tarde mucho en encontrar un nuevo ‘Toni’ capaz de aglutinar a su alrededor todas las virtudes que demanda una afición muy exigente pero que también sabe premiar a los futbolistas de raza, a los que reivindico desde aquí en la persona de Antonio Gorriarán Laza.
Chisco García – Periodista –
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