Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”. 

Estas líneas parten de una foto en blanco y negro. Un niño rubio en chirucas, con pantalón pata de elefante, trenca de la época y cuello de cisne, posa orgulloso con la mano derecha de un futbolista del Real Oviedo sobre su hombro. La memoria de ese retrato se confunde en con la imaginación y la nostalgia de una infancia feliz en un lugar mágico: el auténtico Carlos Tartiere. El de la primera tribuna cubierta de España sin columnas, los suelos de pálidas tablas de madera tan desgastadas que rechinaban al paso, y el pasillo entre las gradas y el murete que rodeaba el campo de juego. Un escenario lleno de escondrijos y lugares en penumbra, feudo propicio para leyendas como la de aquel último Pichichi del Real Oviedo. Sólo Isidro Lángara y él lo han conseguido en 87 años de historia.marianín-3Escribo de un jubilado, vecino de Fabero de aspecto común, gafas y poco pelo, gris tirando a blanco, que ejerce de abuelo y tiene buena mano para la fontanería, la electricidad y cualquier chapuza doméstica que se presente. Un tipo de perfil sólido, que parece distante de cualquier épica, por mucho que se trate de un futbolista con un pasado glorioso. Suyos son el trofeo de máximo goleador de la Liga en la temporada 72/73 -con 19 goles, en competencia con grandes arietes como Santillana, Gárate y Quini -; el gol número 1.000 del Oviedo en primera – con un remate de cabeza a centro de Carrete en el Vicente Calderón para batir a Rodri -; o la hazaña de marcarle tres goles al mítico Chopo Iribar en San Mamés, en feroz remontada que acabó en empate el domingo 26 de noviembre de 1972. La crónica de El Mundo Deportivo tituló:»El Oviedo llegó a tener KO al Bilbao» y destacaba que «un gol de Lasa en el último minuto equilibró la proeza de Marianín». En el texto de la noticia se destacaba el segundo tanto del delantero azul -«con poco ángulo de tiro, remató con la izquierda a la red»- del que relata «sinceramente, hacía tiempo que no se veía un gol de esta categoría». Y finalizaba «…un punto para el Oviedo y un salto a la fama mundial para Marianín con sus tres goles a Iribar». La hemeroteca de ABC también conserva la noticia que da fe de esa hombrada con su titular:»Marianín le hizo tres goles a Iribar en San Mamés».palio-catedral-1

La emoción de pisar el barro de la banda de los banquillos del Tartiere una tarde del otoño de 1976 podía con todo. Iba a fotografiarme con el ídolo, el gran goleador de los últimos tiempos de mi equipo. En horas bajas ambos, pero mi equipo, el de la camiseta azul y escudo bordado sobre el corazón. Entonces recién descendido a Segunda, aunque todavía orgulloso de su pasado, sin intuir las desgracias y avatares a los que malvive casi cuarenta años después.

Desde esa foto, Marianín fuepara mí el mejor delantero del mundo, como Alfredo Evangelista, el mejor boxeador – por mucho que Cassius Clay le ganara un mítico combate a los puntos – o Manili – por feo que fuera, ¿quién osó apodarle «la mona»? – el mejor torero del escalafón. Adhesiones estas tan inquebrantables como irrazonables, fruto de un instante, de compartir un retrato en blanco y negro desde el que fabular las hazañas de los primeros héroes.

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En aquellos tiempos, un día de fútbol se mezclaba con los juegos y las patadas a todo lo que se ponía por delante en el par de metros de pasillo a pie de campo con el partido como telón de fondo. A los cinco años sólo la ferviente excitación de quienes cantaban gol o de otros que desgañitados insultaban al árbitro podían contagiarte y meterte un rato en el fútbol que no jugabas. Por eso estas palabras de Marianín tienen más de lo que me han contado o de lo que he podido leer, que mis recuerdos puros, los que evocan a un delantero tosco, que había metido mil goles para los míos y al que las lesiones no le dejaban volver a ser el mismo. Los poderosos muelles de sus piernas comenzaban a oxidarse, mellados por las tarascadas de Goyo Benito y otros duros centrales sin miedo a ser descubiertos por las mil cámaras de hoy en día. También los patatales, en que el invierno convertía los campos de media España, pesaban en el físico de quien no rehuía choque alguno en la disputa por el balón y destacaba por su potente salto de cabeza y por los trallazos que soltaba con ambas piernas.

La fiereza en la búsqueda de gol y el orgullo por su tierra se sintetizaban en el apodo de “El jabalí del Bierzo”, con el que un periodista le bautizó en sus años de gran goleador en la Cultural Leonesa. A ese club, del que se mantiene como máximo artillero de su historia con 101 goles, había llegado procedente del Atlético Bembimbre, aunque sus orígenes como futbolista están en el CD Fabero, equipo en el que en 1979 se retiró. “Yo comencé a jugar en las escuelas con un balón de trapo – contaba en una entrevista a El Bierzo Noticias – y me pasaba todas las horas que podía jugando. Eso sí, campos de piedras dificultaban la forma de jugar pero disfrutaba igual. Así era la época, en Fabero no había campos de hierba cuando era pequeño pero disfrutaba de este deporte siempre que podía”. Del fútbol en pedregales pasó a jugar en la humilde Peña Taco de Fabero, su primer once de la infancia.

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Dos millones y medio de pesetas, un partido amistoso y el traspaso del delantero andaluz Crispi a la Cultural, llevaron al Real Oviedo a quien, a priori, iba a ser suplente o, como mucho, complemento de Galán en la temporada del retorno a la máxima categoría. Quiso que le llamasen Mariano en el Carlos Tartiere. Intuía que cualquier diminutivo podía suponer una grieta frente a la dureza y las argucias de los marcajes que le esperaban en su debut en Primera. Aunque fracasó en ese intento, nada hizo mella en sus duelos. Se vivían los albores del «fútbol total», inventado por Rinus Michels, pero el propio entrenador holandés, en su primera etapa con el Barça, sin todavía Cruyff en su plantel, se había estrellado con una competición cruda, de equipos que se tapaban hasta con seis defensas. «Era un juego muy sólido y el meter goles se presentaba como un trabajo complicado», recordaba el protagonista de esta historia, preguntándose cuántos hubiesen metido entonces las grandes estrellas del presente Cristiano Ronaldo y Messi, esquivando barro y patadas por doquier.

Aquel estilo directo – «salíamos a arrasar», recordaba -, de fuerza, de fútbol por las bandas, centros y potentes rematadores, supuso un hábitat perfecto para sus capacidades: las de un delantero centro de área, que destacaba más por la contundencia de sus cabezazos y chutes que por cualquier otra habilidad técnica. Su impresionante primera temporada como delantero centro del Real Oviedo le consagró, le aupó a la Selección con la que debutó a las órdenes de Kubala en Estambul el 17 de octubre de 1973. Ese fue el punto G de su carrera, el culmen, en una temporada en la que ni sus 12 goles pudieron evitar el descenso del Real Oviedo. Al año siguiente marcó 20 y resultó clave para el retorno a Primera, en la que se convirtió en una suerte de equipo ascensor, que se resentía en exceso de las lesiones de su ariete y figura.

En el presente, una entrevista publicada en Asturias Diario hace poco más de un par de años rescata lo que piensa don Mariano Arias Camacho. Aliviado, me reconforto y me identifico en sus respuestas: “Una cosa son las deudas, y otra inventarse cosas nuevas. Lo peor que pueden hacer los dirigentes de un club es ir en contra de los sentimientos de sus seguidores”…”El dinero es el peor problema del fútbol moderno”…”Las sociedades anónimas deportivas han acabado con el fútbol”…”Una cosa es que un jugador pueda ganarse la vida y otra que sea millonario en unos meses”…”En Segunda B y Tercera, habría que poner un techo a los fichajes y a los sueldos”…”Ya casi no queda gente tan comprometida en las plantillas – se refería a Tensi -. Se buscaban jugadores fuera de casa, impidiendo que haya un verdadero sentimiento sobre el terreno de juego”…”El problema es que en la historia reciente del Real Oviedo, no hay jugadores como ellos – Tensi, Galán, Carrete, Lombardía, Javier, Iriarte…-, y por eso las últimas plantillas son olvidadas de una temporada a otra”. Como cuando marcaba goles, poca floritura y un diagnóstico contundente de lo que asola a un equipo.

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En realidad, escarbar en el destino del único jabalí azul del mundo para este libro solidario me devuelve el emocionante escalofrío que sentí aquella tarde de la foto. Admiro todavía un poco más a quien supo volver a sus orígenes para retirarse jugando al fútbol en su pueblo y, sin darse importancia, retomar una vida normal en el Bierzo. Como si todo hubiese sido un gran sueño.

Tino Escotet

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