Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”.
– Voy a comprarme unas botas.- dijo el nuevo nada más terminar el entrenamiento.
– Vale, pero mira bien que no sean las dos del mismo pie, soltó el ’10’ entre un estruendo de risas contra el vaho del vestuario.
Si el fútbol era una fiesta, por qué no iba a serlo la vida que lo rodea. A Manu Busto le faltaba una sílaba del nombre porque llamarse del todo es una forma de terminar, una apelación al resultado. Y él estaba en el fútbol para asuntos de mayor importancia.
Antes de que las hordas utilitaristas arrasen estas líneas con ese hallazgo de la inteligencia que se hace carne en «lo importante es ganar», diremos que Manu Busto metió, por ejemplo, el gol del ascenso del Castellón a Segunda División y que fue el máximo goleador del Real Oviedo en su primera temporada en el equipo. Hay más números, como sus asistencias o sus promedios de gol en proporción a sus minutos, pero calcularlo sería una vulgaridad, una forma alienante de medir a un futbolista distinto.
Nunca supe si llevaba la camiseta por fuera o se trataba de una extensión vertical de nuestros sueños hasta el mismísimo prao herido del Tartiere. Porque en esta Segunda B de arena movediza un día se nos apareció un tipo bajito que jugaba pegado al suelo fabricando trozos de cielo en su color correspondiente.
Aquí fue el señor de los amagues, un tumbador de defensas armado con un quiebro de cintura. Yo le vi un día derribar a un portero con una trampa de tiro después de haber domado un melón procedente del fútbol de mercado. Manu sometió a la pelota, la bajó a la Tierra y cuando iba a disparar paró el mundo. El portero se tiró, él empujo la alegría a la red y la vida, entonces sí, parpadeó.
Había que verlo allí, entre líneas y pegado a la banda, recibiendo los balones urgentes de la categoría y tratando de convertirlos en fútbol. Aquel regate de tobillo fugaz, el engaño constante al rival (posiblemente la única constancia de su pellejo, por cierto) la gambeta hacia afuera en el pico del área y el tiro con efecto al segundo palo que nos dio tantas redes felices, los libres directos como viajes de novios libres y directos (aquí, los del Sporting que no miren)…
Y había en él fútbol de pase, de líneas pintadas en el césped antes que nadie, como aquella asistencia que le dio a Perona desde el ombligo del campo una tarde de tantas en las que él veía cosas que no estaban hechas y que ahora podemos escribir con el permiso de la emoción y los pellizcos.
Y le llamaban Vagu. Vagu Busto, decían. Pues sí, y a mucha honra, Manu. Sobre todo en los sistemas que le quisieron robar el diminutivo al Oviedín, aquel fútbol de arcada hecho para correr, aquellos pelotazos, aquellas prisas, aquellos grumos, aquellas alergias al balón, aquel…Oviedón. Eso no es fútbol, eso no es Manu.
El fútbol, a veces, trae sílabas de menos, se presenta incompleto, nace de culo, viene torcido de la mañana. Por eso había días que anochecían en Manu desde el primer minuto, tardes de intentonas y nada, partidos de manus imposibles. Bendita inconstancia, guaje.
Y una tarde el Oviedín llegó a Albacete para defender su renta pequeña del 1-0 de la ida en el estreno del play off de ascenso. Perdimos 2-1, pero valió. Pasamos a segunda ronda. Nos clasificamos y volvimos a casa roncos de gol, roncos de Manu Busto. Su gol fue lo más cerca que hemos estado del ascenso en esta década de resultadistas sin resultados.
Había cogido un balón cerca de la esquina del área, al otro lado de donde miles de ojos azules le mirábamos por si había vida después de la suerte. «Joder macho, yo vi que el portero hacía un gesto para irse a un lado y se la clavé ajustadita para el otro», me dijo recién duchado en los pasillos del Carlos Belmonte.
Y en eso, mientras hablábamos como si nos fuera el fútbol en ello, se abrió del vestuario del Albacete y se nos apareció un tío cuadrado y triste que cambió el gesto en cuanto vio a Manu Busto.
-¡Jefe!- gritó el senegalés.
-¡Martins!- respondió el ´10´.
Y Martins se carcajeó en mayúsculas, cogió en volandas a Manu entre las risas de todos y se alejó con él enfundado en unas botas nuevas de pies distintas y un fútbol de sílabas encontradas.
Igual Manu no se ha ido, igual es un amague de los suyos, igual es distinto…
Rafa Álvarez
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