Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”. 

La distancia ayuda a ver las cosas con una perspectiva más amplia, mejor enmarcadas, tal vez hasta más claras. Pero al mismo tiempo, los sentimientos en la lejanía se vuelven más cerrados, fuertes, impermeables. El fútbol une las dos miradas. El resultado es… ni se sabe.

Vivir en el exilio es duro…salvo que lo hagas en Sevilla, mi segunda patria. Salvo el calor, un sitio perfecto. Para el fútbol, también, sólo que allí el Oviedo, a mediados de los noventa, sólo jugaba un par de veces por temporada y la pasión azul podía difuminarse. Pero en una sociedad tan polarizada, tan bética o palangana, es difícil no acabar metiéndose en el lío. Y de lío, los oviedistas (y los sportinguistas) sabemos mucho.En Nervión nos sentíamos como en casa. En el Villamarín (La Palmera), como en el Molinón. La cosa estuvo clara desde el principio: Marga y yo éramos del Sevilla, palanganas. Y allí acudíamos regularmente. Si jugaba el Oviedo, con devoción.

Cuando viajas, tu equipaje no va sólo en la maleta, lo más importante va dentro de ti sin saber cómo ni por qué. El Real Oviedo se desplazó a la judería sevillana con nosotros dos. Con él, aún no lo sabíamos, el cenizo que acompaña a nuestro club. Al final, Murphy era un optimista y su ley un cuento para hacer dormir a los niños.

¿Que el rival está con problemas en la clasificación? No dudes que resucitará ante el Oviedo. ¿Que el portero ha encajado doce goles en tres partidos? Si está el Oviedo, internacional. ¿Un delantero que no la mete ni al arco iris? Si en el Oviedo está Casillas, el jorobu él solito. Y sobre todo: ¿hay algún jugador en el rival que haya jugado en algún momento de su vida, aunque sea medio minuto en el Oviedo? Cuando se enfrente a los azules, marcará.

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Recién llegados de las vacaciones de Navidad pasadas en Asturias, el Oviedo visitaba Nervión. Era la temporada 1996-1997, aunque el día queda en la nebulosa de los recuerdos. Buen día, como siempre, y no mucho frío (no suele hacerlo en Sevilla, aunque se vean incluso abrigos de piel). Perfecto para ver al Oviedo de Dubovsky, Paulo Bento, Abel Xavier… Un lujo. Enfrente, el hoy valorado director deportivo Monchi, Tsartas, Bebeto… y Prosinecki.

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No hay peor cuña que la de la misma madera, se suele decir, y el croata abrió el marcador de penalti para los de Camacho. En esos momentos te dices «vaya, tenía que ser él». Pero quedaba una hora de partido y al filo del descanso (quizá sea esta una de las expresiones más usadas en el fútbol), el gran Dubo empató, también de penalti.
Un puntín en Nervión era bueno y, además, no habría sangre con nuestros amigos sevillanos y sevillistas. Y los béticos no podrían hurgar en ninguna herida.

Faltaba un minuto para el final y la satisfacción me desbordaba. Pero ese mal fario azul, ese fatalismo eterno, persigue al Oviedo bajo el cielo plomizo asturiano o bajo azul (no oviedista) de la ribera del Guadalquivir. Minuto 89 y falta en la frontal del área (otra expresión poco usada), a la izquierda del ataque sevillista.

FOTOGRAFIAS DE LA HISTORIA DEL REAL OVIEDOCuando Prosinecki cogió el balón para lanzar el libre directo, posiblemente cuando lo miró antes de llegar a tocarlo, supe lo que iba a pasar. Me giré a Marga, a mi izquierda, y le dije: «Nos la clava». «No seas agorero», fue la respuesta. A la derecha, un sevillano. Necesitaba advertirle que iba dentro, que no se la perdiese: «Va a marcar». No dijo nada, pero el «ojalá» de sus ojos quedó claro.

Cuando Prosi se dispuso a lanzar, no miré, pero el Sánchez Pizjuán rugió cantando el gol y mi vecino de asiento, cuando acabó de celebrarlo, me dijo: «Ven la próxima semana, ¡qué vista tienes tú y que guante tiene él, mi alma!.

Quince años después, supe con la misma claridad que el jugador que falló un gol imposible la temporada pasada ante el Tenerife en las filas de Oviedo nos marcaría ahora jugando en el Zamora. Y Rubiato, como Prosinecki, hizo dos.

Pedro Pascual