Textos publicados en los libros “Un derbi solidario”. 

Pocas cosas hay más tiernas en el fútbol que un lateral marcando un gol. Todos los laterales del mundo intentaron en su día ser delanteros o extremos, o centrocampistas, o incluso centrales, y al final acabaron ahí porque hacen menos ruido y molestan poco. La de lateral ha sido siempre una posición sin vocación ni glamour, de dorsales sosos y nulo pedigrí; una posición sin mayor remuneración mediática que la de ser cumplidor, nada más que un cumplidor por mucho que el fútbol moderno, ahora, le conceda la importancia que nunca tuvo. Los laterales son los jugadores de campo que más lejos están de la portería rival y no hace tanto, en ese tiempo de fútbol con bigotes y medias por la espinilla, de muslos al descubierto y celebraciones en vertical, un gol de un lateral era directamente el titular. Un acontecimiento.Abel-Xavier-Real-OviedoAbel Xavier nunca inspiró ternura ni marcó un gol. Y mira que en dos años en el Oviedo no paramos de pedírselo. Se lo pedíamos, en realidad, por hacer el paripé, convencidos de que era imposible. En aquel famoso cántico había de deseo bastante menos que de burla, para qué negarlo. Pedirle a Abel Xavier que marcara un gol era tan irreal como pedirle a Gamboa que nos hiciera campeón. Choteo puro y duro. Todos queríamos que marcase Abel Xavier, oh mamá Inés, y yo lo sigo queriendo cuando miro por el retrovisor y le veo en el fondo del viejo Tartiere con el megáfono en la mano y la bufanda atornillada a la muñeca, cantándose a sí mismo y haciéndole en corte de mangas a los cinco gatos que aquel día habían llegado de Mérida. Aquel chaval de 24 años, de melena pringosa y aspecto e boxeador, no pegaba nada entre el postureo con corbata de palco. Siempre prefirió dar el cante.

Abel Xavier nunca fue nada del otro mundo. Youtube, como mucho, tendrá recopilada su colección de extravagantes peinados porque no hay grandes goles que enseñar ni jugadas que destacar. Era un currante. sin raya al lado, pero currante. Nadie dentro del oviedismo recordará un héroe en aquel atleta de trote erguido y zancada imponente que, cuando se atrevía a avanzar por la banda y el público se lo empezaba a creer, chafaba el subidón del personal con el regate que siempre sobraba. Futbolísticamente era lo que era, pero nadie le negará tampoco cierto cariño por lo que tenía de antihéroe, un tipo de corte estrafalario, medio africano medio portugués, capaz de involucrarse en el Oviedo como el que más.

thSF8I5H4TVivía solo en la céntrica calle Muñoz Degraín. Y muchas tardes acudía al Requexón para seguir los entrenamientos de las categorías inferiores. Recuerdo el día que entró en el vestuario de los alevines y acabó cantando con ellos el himno del Oviedo. Y no participó en la guerra de toallas por poco. En otra ocasión, se acercó con su camiseta y se la regaló a quien más toques dio con la pelota. Era de las míticas Joluvi con su número 15. Y de manga larga, por supuesto. O aquella vez que nos dio a todos, de dos en dos, una vuelta en su exhuberante deportivo rojo. Abel Xavier no marcaba goles en el campo, los marcaba fuera.

Porque en dos años aprendió todos los códigos del oviedismo y, lo que es más importante, ejerció como un oviedista más. Recuerdo una escena en un hotel de Santander en la previa de un partido contra el Racing. Después de comer, todos sus compañeros se habían ido a descansar. Él no. Él fue el único del equipo que salió a charlar con los aficionados azules allí desplazados que esperaban detrás de la valla.

– ¡Hay que ganar hoy!

– Claro. ¿Visteis la que les metieron ayer? Que se jodan

Lo tenía todo muy claro.

Abel Xavier empapaba sus tobillos de réflex antes de cada partido. Era la moda. Los cubría de esparadrapo y se enfundaba aquellas Lotto con el símbolo verde chillón que le hacían reconocible en el césped. Era de los primeros en cambiarse para salir para salir a calentar y muchas veces esperaba al resto dando toques con los recogepelotas en la mini pista que colindaba con el vestuario del viejo Tartiere. Por esos pequeños detalles era diferente.

th.jpgLos oviedistas más jóvenes no le recordarán. Y si buscan en Google quizá se asusten, porque encontrarán al futbolista de los mil peinados y mil equipos que un día casi ficha por el Madrid, al de la mano en las semifinales de la Eurocopa del 2000, al del positivo por dopaje o al tipo que cuando dejó el fútbol se convirtió al Islam y se añadió de nombre Faisal. En Oviedo todo eso nos lo creemos porque nos lo cuentan. Sólo por eso. Aquí le recordamos como un tipo con carisma, tan entrañablemente raro que tenía canción personalizada. Por eso todos queríamos que marcase Abel Xavier. ¡Oh mamá Inés!

Miguel López Serrano